El pasado Miércoles 20 de Junio tuve la oportunidad de compartir algunos de los avances de mi investigación acerca de la posibilidad de las relaciones amorosas. Ahí surgieron, a propósito de mis aseveraciones, preguntas fascinantes, todas relevantes, pero dos de ellas acerca de la validez de la presencia del apego en la vida del ser humano y de la dirección del flujo amoroso, son fundamentales para mi forma de entender el amor.

Las preguntas fueron: 1. ¿Acaso el apego no es necesario para el sustento de la vida, puede haber un apego virtuoso? y 2. ¿El flujo del amor es hacia afuera o hacia adentro?

En respuesta estas preguntas, expongo lo siguiente:

  1. El amor y el apego son cosas distintas y aunque estamos acostumbrados a vivir una mezcla de las dos, considero que es el amor lo que mantiene unida la materia y no el apego, pues el amor completa y abraza la totalidad de la existencia, incluyendo la no-existencia; por otro lado el apego, aunque se aferra a la materia y sostiene una inercia en la reproducción y repetición de los fenómenos humanos, pasa por el ego seccionando el universo y haciendo diferencia entre lo que se desea y lo que no. El amor no desea que pase una cosa u otra, solo acepta lo que pasa, lo comprende en su interrelación dependiente con todos los demás fenómenos del universo y goza profundamente a través de la consciencia, así, una abeja vuela hacia su flor, hacia el polen, de la misma forma que una estrella brilla e irradia calor, fluyendo a través de su naturaleza, sin apego a sus elementos, ni deseos de repetir sus conductas, simplemente fluyendo en sí mismas. Desde esta comprensión totalitaria, la noción de apego virtuoso queda anulada por la naturaleza determinante de nuestra existencia: hacemos las cosas que hacemos basados en nuestra naturaleza y no en la repetición compulsiva inconsciente que aspira a la satisfacción de un deseo.
  2. El amor es un flujo en un solo sentido. Me refiero justamente a que desde el amor, un amante otorga sin esperar el retorno de su energía, da sin preocuparse si le devolverán el amor que da y lo hace porque puede, no es solo cuestión de ganas, es cuestión de condiciones. Sin embargo, hay que comprender profundamente que para llegar a ese estado, hubo un proceso que dio lugar a la sabiduría a través del tiempo, y el principio de que no se puede otorgar algo que no se tiene, por ello el origen del amor hacia los demás es el amor propio, ese que te permite sostener tu estado amoroso independientemente de si tu amante es o hace lo que tu quieres. Esto implica la comprensión de que al amarte a ti, amas a los demás, y a todo el universo entero y viceversa.

El amor y el apego son cosas distintas

Para empezar a comprender las respuestas a estas profundas preguntas, conviene pensar en el amor que surge de un amante que se ha liberado de los obstáculos primarios de su existencia, un amante que desde la consciencia decide brillar como un sol, como una estrella, sin apego a los planetas que lo circundan y que en un principio comenzó en sí mismo.

Pensemos lo siguiente:

El sol es una estrella, una fuente autosustentable de luz. En combinación con los elementos de nuestro planeta dan origen a la vida y por tanto a todo lo que nos sucede a los seres humanos. Resulta particularmente interesante comprender la mecánica del fenómeno a través del cual el sol fue formado, genera su luz y se propaga a través del universo: para que el sol se haya podido formar, según la teoría, se tuvieron que concentrar millones de átomos a lo largo de millones de años, es decir, se tuvo que acumular mucha energía en un mismo lugar hasta que la primera chispa surgiera, después de eso su luz, que podríamos decir viene del centro o del interior, se propaga en todas direcciones en el espacio del universo.

Esto es la representación aparente más clara a la que puedo acercarme al pensar en un amante. Ahora bien, en analogía, pensemos que el amante primero requiere dirigir su energía a sí mismo, lo suficiente para generar amor propio (que es base de toda experiencia amorosa). Para ello tiene que aprender a mantenerse concentrado, digamos en meditación, a lo largo de mucho tiempo. No es una generación espontánea, es un proceso dependiente que implica hacerse cargo de sí mismo, controlar su tiempo y espacio, realizarse intelectual, emocional, sexual y físicamente, hasta convertirse en un flujo autosustentable de energía, que sin apego ni ego comparte su logro (energía independiente) con todo lo que le rodea.

Amor propio

Para ello, el amante debe abandonar las distracciones y más aún, abandonar el deseo egoísta de ser amado; en otras palabras, el ser que quiere convertirse en un amante, en la búsqueda de la experiencia del amor se abandona a sí mismo entregándose a la verdad de la totalidad, abrazando todo el espacio y el tiempo, todo el proceso universal que incluye tanto la luz como la sombra.

Si hay amor, hay amor para todos y para todo. Esa es la naturaleza del amor: completar, unir, acabar con el miedo y desarrollar la consciencia que abarca todo el universo, lo demás es una pequeña muestra, una mera simulación limitada y reducida de la capacidad amorosa de nuestra mente. Por ello, mi propuesta para alcanzar una relación de amor, inicia en estar de acuerdo en pensar el amor como un estado mental (una relación con uno mismo); aceptar que es cuestión de condiciones, no de ganas; y que es el resultado de un proceso de concentración de energía estabilizada.

@drpsyke

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